lunes, mayo 10, 2004

9ª Parte

Era de noche y oí que se abría la habitación de al lado. Unos pasos débiles se acercaron al salón y como vi que se había encendido la luz, me di la vuelta de nuevo pensando que era mi amigo o su novia que no podían dormirse. A mi me costó conciliar el sueño de nuevo, sobre todo porque no dejaba de pensar en Marisa sabiendo que no debía hacerlo, pero aunque la intención de seguir imaginándome su silueta era muy grande, se desvaneció al poco tiempo porque el sueño venció a la voluntad.
Por la mañana me levanté temprano, alrededor de las nueve y cuando fui a abrir la puerta de la habitación vi que había un sobre en el suelo. No había nada escrito en el exterior, así que lo abrí lentamente y saqué el papel que tenía dentro. Con los ojos todavía legañosos y después de frotármelos varias veces comencé a leer:

Hola, no podía dormir y me he puesto a escribirte estas líneas que quizá no tendría que haber escrito nunca, o mejor dicho, no debía haber escrito nunca. No obstante sólo quería decirte que tengo muchas ganas de hablar contigo y visto que aquí no puede ser, no tengo ganas de que Javi se entere o empiece a deducir cosas que no son, me gustaría que quedásemos en algún sitio. He pensado que si te parece podemos quedar en el Templo de Debod, me llevaré la cámara y te enseñaré a darle vida a los atardeceres. No te sientas en la obligación de venir, yo estaré allí sobre las ocho.
Besos, Marisa.

Oh... dios... mío.... pensé. ¿Pero qué está pasando? Esto no puede ir más allá, yo no puedo enamorarme de la novia de mi amigo... no debo. Creo que lo mejor será que haga mi macuto y me largue de aquí cuanto antes; de hecho lo voy a hacer ahora mismo.
Comencé a sacar las cosas del armario con el mayor sigilo posible y veinte minutos más tarde ya estaba frente al tazón de café con leche y con Javi sentado delante mía. Me preguntó que por qué me iba y le respondí que porque me parecía mal seguir allí, abusando de su intimidad...además de que Dani se había puesto muy pesado con que fuera con ellos al piso.
Mi amigo tampoco insistió demasiado, sabía que yo era de esos a los que no les gusta que les presionen, así que me cogió del brazo y me dijo que para cualquier cosa, el seguí allí. Yo le sonreí y él sabía que eso nos bastaba para entendernos.

Cuando llegué a casa de Dani, sus amigos me recibieron con los brazos abiertos y con ganas de juerga. Yo no estaba muy católico pero no podía rechazar su invitación, así que nos fuimos a comer por ahí y a pasarlo bien. Cuando ya no sabíamos qué hacer, hartos de dar vueltas y más vueltas sin rumbo fijo, me volví a acordar de la nota de Marisa. No quería pensar más en ella y tampoco quería darle mayor importancia, no obstante a las siete y media, mientras íbamos por la Gran Vía, les dije a mis colegas que me tenía que ir, que había quedado.

Continuará...
Si no queda satisfecho no le devolvemos su paciencia.Gracias