5ª Parte
Siguieron sus pisadas clavadas en mi mente un rato del que ya no recuerdo los minutos, y que se hizo agradable porque hacían que me acordara de su mirada, de su olor, se su sexo... Pero aunque al rato un fugaz pensamiento me devolviera a la realidad, yo aún quería cogerla de su fina muñeca y acercarla contra mí.
Tengo que dejar de no saber qué es lo que debo hacer, tengo que volver a retomar el rumbo de mi vida y por lo menos saber lo que quiero, aunque sólo sea para no sentirme tan culpable de tener la soledad tan cerca. Demasiado cerca.
Decidí apuntarme, por las buenas, a un curso de fotografía. Me pareció una buena idea, yo no tenía ni idea de fotografía pero me gustaba, así que pensé que eso serviría de algo; me equivoqué. Los primeros días fueron sobretodo clases teóricas que sirvieron de bastante poco en la práctica, aunque mucho para tener algo de cultura general y poder saber algunas de las infernales preguntas del trivial. Allí conocí a Daniel y a su poesía; él era un vagabundo solitario, era su carta de presentación y yo... una hoja de papel donde escribir, así que aunque el conjunto parecía más una rara mezcolanza que un masa bien compacta, nos llevábamos muy bien y me divertía ir con él.
Me obsesiné con fotografiar a las prostitutas de la Gran Vía y de la Corredera Baja de San Pablo y aunque intentaba que sus retratos se parecieran a los que Joam Colom había hecho alrededor de los 60...sólo se parecían en el blanco y negro del carrete de fotos. Era un patoso, no sabía coger los ángulos adecuados, ni las formas que las siluetas de las esquinas, aunque no tuvieran bolso, formaban. Y eso era lo interesante, poder alcanzar sus curvas, sus diminutos pies, sus tacones de aguja y sus camisetas atrevidas que invitaban a pasar dentro de los cuerpos endiablados del deseo.
Pero Dani me enseñó a tratar a la cámara, a rozarla suavemente con el dedo y a mimarla para que hiciera caso de mis explicaciones; me dijo que era como la poesía, que había que saber en cada momento darle lo que te pedía y susurrarle a las palabras lo que querían oír.
Yo quedé prendado de sus frases, de su inteligencia y éramos inseparables; a él le fascinaba mi espontaneidad y se divertía con mis bromas cínicas acerca de la vida; yo... solamente le escuchaba. Me dijo que algún día teníamos que salir de marcha; yo acepté encantado y sin pensarlo dos veces, ese fin de semana que se avecinaba me invitó a ir a su casa a cenar con unos amigos. Ellos eran igual que él, se reían de todo y no les importaba lo que la gente pensara de ellos, no la juzgaban y cuando me vieron entrar, siendo yo completamente diferente en apariencia, lo primero que hicieron fue invitarme a un canuto.
Una nube de humo escondía la cocina y no dejaba apenas ver, salvo a los ojos rojos e inchados que todos llevábamos de no parar de fumar. Al rato y ya aburridos de estar tirados por la casa sin hacer nada, nos fuimos a la calle a que nos diera un poco el aire y a uno de los amigos de Dani se le ocurrió ir a un caraoque. Yo ya pensaba que íbamos a montar el numerito del siglo y...así fue, porque aunque al principio parecíamos estar algo cortados, después de unas cuantas copas, Javi, íntimo de mi amigo, se subió al escenario para cantar la adaptación que hizo Marilyn Monroe de Happy Birthay para uno de los Kennedy y eso fue... casi bochornoso, aunque las risas y el dolor de tripa vencían a la vergüenza. Poco a poco todos acabamos en el escenario a grito pelado y sin caraoque, porque los del bar no estaban por la labor de que el aparato no dejase de pitar y de que pisáramos el cable y jodieramos el invento, así que importándonos una mierda todo, allí que nos agarramos y dale que te pego estuvimos con la canción, una y otra vez, hasta que paramos de puro agotamiento.
Al salir, un frió viento hizo que corriendo nos metiéramos en otro bar lleno de gente pero con un ambiente y una música muy buena. Yo no paraba de mearme desde que había salido de casa, así que hice una escapada al baño. Allí una pareja que no paraba de besuquearse no me dejaba entrar y yo haciendo una mala ostia...hasta que se me ocurrió darle un toque en la espalda al tio de cuatro por cuatro que tenía delante para que se dieran por aludidos. Se volvió lentamente y con él su acompañante y... entre que yo iba un poco perjudicado por el alcohol y el humo del local...la cara que se me quedó al ver la situación debió ser espantosa, así que no se me ocurrió otra cosa que decir:
-¿Ana?
-¿Sergio?
Continuará...
Siguieron sus pisadas clavadas en mi mente un rato del que ya no recuerdo los minutos, y que se hizo agradable porque hacían que me acordara de su mirada, de su olor, se su sexo... Pero aunque al rato un fugaz pensamiento me devolviera a la realidad, yo aún quería cogerla de su fina muñeca y acercarla contra mí.
Tengo que dejar de no saber qué es lo que debo hacer, tengo que volver a retomar el rumbo de mi vida y por lo menos saber lo que quiero, aunque sólo sea para no sentirme tan culpable de tener la soledad tan cerca. Demasiado cerca.
Decidí apuntarme, por las buenas, a un curso de fotografía. Me pareció una buena idea, yo no tenía ni idea de fotografía pero me gustaba, así que pensé que eso serviría de algo; me equivoqué. Los primeros días fueron sobretodo clases teóricas que sirvieron de bastante poco en la práctica, aunque mucho para tener algo de cultura general y poder saber algunas de las infernales preguntas del trivial. Allí conocí a Daniel y a su poesía; él era un vagabundo solitario, era su carta de presentación y yo... una hoja de papel donde escribir, así que aunque el conjunto parecía más una rara mezcolanza que un masa bien compacta, nos llevábamos muy bien y me divertía ir con él.
Me obsesiné con fotografiar a las prostitutas de la Gran Vía y de la Corredera Baja de San Pablo y aunque intentaba que sus retratos se parecieran a los que Joam Colom había hecho alrededor de los 60...sólo se parecían en el blanco y negro del carrete de fotos. Era un patoso, no sabía coger los ángulos adecuados, ni las formas que las siluetas de las esquinas, aunque no tuvieran bolso, formaban. Y eso era lo interesante, poder alcanzar sus curvas, sus diminutos pies, sus tacones de aguja y sus camisetas atrevidas que invitaban a pasar dentro de los cuerpos endiablados del deseo.
Pero Dani me enseñó a tratar a la cámara, a rozarla suavemente con el dedo y a mimarla para que hiciera caso de mis explicaciones; me dijo que era como la poesía, que había que saber en cada momento darle lo que te pedía y susurrarle a las palabras lo que querían oír.
Yo quedé prendado de sus frases, de su inteligencia y éramos inseparables; a él le fascinaba mi espontaneidad y se divertía con mis bromas cínicas acerca de la vida; yo... solamente le escuchaba. Me dijo que algún día teníamos que salir de marcha; yo acepté encantado y sin pensarlo dos veces, ese fin de semana que se avecinaba me invitó a ir a su casa a cenar con unos amigos. Ellos eran igual que él, se reían de todo y no les importaba lo que la gente pensara de ellos, no la juzgaban y cuando me vieron entrar, siendo yo completamente diferente en apariencia, lo primero que hicieron fue invitarme a un canuto.
Una nube de humo escondía la cocina y no dejaba apenas ver, salvo a los ojos rojos e inchados que todos llevábamos de no parar de fumar. Al rato y ya aburridos de estar tirados por la casa sin hacer nada, nos fuimos a la calle a que nos diera un poco el aire y a uno de los amigos de Dani se le ocurrió ir a un caraoque. Yo ya pensaba que íbamos a montar el numerito del siglo y...así fue, porque aunque al principio parecíamos estar algo cortados, después de unas cuantas copas, Javi, íntimo de mi amigo, se subió al escenario para cantar la adaptación que hizo Marilyn Monroe de Happy Birthay para uno de los Kennedy y eso fue... casi bochornoso, aunque las risas y el dolor de tripa vencían a la vergüenza. Poco a poco todos acabamos en el escenario a grito pelado y sin caraoque, porque los del bar no estaban por la labor de que el aparato no dejase de pitar y de que pisáramos el cable y jodieramos el invento, así que importándonos una mierda todo, allí que nos agarramos y dale que te pego estuvimos con la canción, una y otra vez, hasta que paramos de puro agotamiento.
Al salir, un frió viento hizo que corriendo nos metiéramos en otro bar lleno de gente pero con un ambiente y una música muy buena. Yo no paraba de mearme desde que había salido de casa, así que hice una escapada al baño. Allí una pareja que no paraba de besuquearse no me dejaba entrar y yo haciendo una mala ostia...hasta que se me ocurrió darle un toque en la espalda al tio de cuatro por cuatro que tenía delante para que se dieran por aludidos. Se volvió lentamente y con él su acompañante y... entre que yo iba un poco perjudicado por el alcohol y el humo del local...la cara que se me quedó al ver la situación debió ser espantosa, así que no se me ocurrió otra cosa que decir:
-¿Ana?
-¿Sergio?
Continuará...
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