miércoles, mayo 05, 2004

7ª Parte

No dormí nada, daba vueltas a un lado y al otro y ya no estaba su brazo rozando el mío, tampoco su pelo enredado en mi cara... No entendía nada ¿Acaso estaba celoso?. Sí, lo estaba, me jodía que se besara con otro, que le tocara, que le diera con su boca los secretos más profundos... y alguno que los dos compartimos en alguna ocasión. Me molestaba que él se quedara con parte de ella, con parte de nosotros cuando fuimos uno sólo, cuando nuestros cuerpos desconocidos en la noche aún sudaban y se echaban de menos por ser ya, dos diferentes.

No podía evitarlo y además mi compañero y su novia estaban haciendo el amor en la habitación de al lado, lo que no ayudaba de ninguna manera. Me comencé a agobiar; sentía una punzada en el pecho y me costaba respirar por el nerviosismo; cogí un cigarrillo y sentado en el borde de la cama, mirando las rendijas de luz de luna que se colaban por la persiana, empecé a llorar. No podía parar, no quería, necesitaba sacar todo lo que tenía dentro, necesitaba gritar, dar portazos, subirme por las paredes, desaparecer...

Me puse unos pantalones, una camiseta y un jersey y cogí la cámara de fotos. Parecía que la calle era mi auténtica casa, mi refugio abierto por las cuatro paredes inexistentes, mi tunel de los sueños... Con la cámara en ristre, saqué fotos a diestro y sieniestro, a los vagabundos, a las parejas que se escondían bajo las farolas, a los taxis que llevaban de un lado a otro a personas desconocidas, a los carteles de metro...
No podía parar, necesitaba retratar todo lo que me rodeaba, darle vida y crear un mundo propio donde me pudiese olvidar de mí mismo y ser otra persona, diferente.

Cuando hubieron pasado un par de horas, rendido por el cansancio de ir de un lado para otro, de viajar en los túneles subterráneos de Madrid, me volví a casa donde el silencio rodeaba a todos los cuerpos que como fantasmas habitaban en aquel cubículo. Me tumbe encima de la cama con ropa, no tenía fuerzas ni ganas para quitármela y dejé que mi mente diera rienda suelta a los sueños...

Cuando me desperté, ellos ya estaban desayunando, mi amigo en calzoncillos y ella con una enorme camiseta que le servía de camisón. Ésta dejaba que se le transparentaran un poco los pechos. Se los miré, los tenía bonitos, no parecían muy grandes pero estaban bien. Y antes de que mi mente comenzara a fabular con ellos (no era el momento ni el lugar) me dí cuenta de que llevaba un rato mirándolos. Percatándome de ello retiré la vista avergonzado. Marisa no se dio cuenta o eso creía yo, hasta que al terminar yo con mi tazón de café con leche, y quedándo sólos en la cocina, me soltó:

- La próxima vez te cobraré ¿eh?
- Eh... ¿Cómo?
- Pues eso, que si quieres seguir mirándolos yo te dejo pero pagando.

Y se echó a reir. Yo no pude más que hacer lo mismo y cuando su novio entró para despedirse, entraba a trabajar a las nueve, nos preguntó de qué nos reíamos. Ninguno dijo nada, sólo nos miramos con complicidad.

Continuará...
Si no queda satisfecho no le devolvemos su paciencia.Gracias