viernes, mayo 14, 2004

11ª Parte

Con ella agarrada del brazo, con mi corazón a punto de salirse del cuerpo y con la canción de "El Estadio Azteca" sonando en mi cabeza, nos fuimos a pasear por Madrid.
Sabía lo que iba a pasar, ella no paraba de hablar y hablar de sus gustos y de su vida...y yo... pensaba en todo lo que pasaba, en que ella parecía estar divinamente y en que yo estaría divinamente besándola y agarrándola entre mis brazos. Entonces se lo dije:
-¿Sabes qué?
- Qué.
- Que no paro de pensar en tí, que cada día que pasa tengo una mayor necesidad de despertarme a tu lado, de poder tocarte suavemente los párpados, de enredar mis dedos con los tuyos, de frotar mis pies con tus pequeños pies... y no puedo quitarte de mi cabeza, no quiero. Se que está Javi en medio, que no podemos hacer nada, pero es que yo necesitaba decírtelo, así, de golpe y porrazo porque si no no me iba a atrever. Ya sé que tu estarás pensando que esto es una locura, que cómo me puedes gustar si apensas te conozco, que acabo de dejar a mi novia... Mira, yo no se qué es lo que me pasa, pero además de que no puedo dejar de hablar en estos momentos por un problema puramente nervioso, necesito que me cojas del brazo como hasta ahora, para toda la vida.

Ella no decía nada, con los ojos abiertos como platos y las cejas tan altas que parecían querer juntarse con el principio del pelo, únicamente me miraba. Yo no pensaba en nada, tenía un rebujo de ideas juntas y revueltas yendo de un lado a otro sin para y sin frenos que hacían que no pudiera ordenar ninguno de mis sentmientos.

Entonces, sin que nadie lo esperara, por lo menos yo, se puso de puntillas y me besó fugazmente. Fue como un roce intenso de labios pero tan breve y me pilló así, de sorpresa, que casi pareció una aluciación en vez de ser verdad. Sin más ni más, me volvió a coger del brazo y continuó hablando; yo ahora tenía la mente completamente en blanco, ninguna idea se deslizaba por ella, ni tan siquiera tímidamente. Nada de nada. La miraba de reojo mientras me contaba su siguiente proyecto de fotografía y comencé a sonreír. Me miró de reojo y también comenzó a dejar entrever sus dientes por la comisura de sus labios.

Y así, agarrados, sabiendo lo que cada uno pensaba en ese momento y sin darle mayor importancia, yo me había deshaogado y ella se sentía libre, seguimos paseando hasta la madrugada.

-¿Sabes qué? (Dijo ella)
- Qué.
- Eres mi príncipe de las tinieblas.

Continuará...
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