Divido mi mundo en dos mitades. En la mitad izquierda se encierran las personas de este planeta, del que pisamos con la suela desgastada de nuestros zapatos, ancianos por los años.
En la mitad derecha esparcidos, se encuentran los ajenos a este lugar inhóspito donde pasamos las horas de nuestra vida...interminable.
Miro a ambos lados. Cada elemento dirige sus ojos hacia un lado, no concreto aunque quizás lo suficientemente atrayente como para no apartar la vista de él.
Los de mi lado izquierdo se pelean, gruñen, otros ríen y los más lejanos lloran.
Los de mi lado derecho hacen prácticamente lo mismo, salvo que no se gritan entre ellos.
A los terrestres les da por acariciarse los unos a los otros, de forma tierna.
A los externos, les gusta besarse con el orificio que se encuentra en su cara.
Mientras que los unos sonríen, otros lloran. Mientras unos fuman, otros absorven los sueños ajenos.
Mientras unos hacen el amor, otros dudan de sus ideas despistadas.
Mientras unos se espían entre sombras, otros se desnudan al alba para exhibir sus cuerpos.
Miro, miro y miro, pero no encuentro desbordantes diferencias y tampoco sé a qué lado elegir.
En ese momento, en el lado derecho me doy cuenta de que existe un elemento separado, extraño a los demás, hecho un ovillo, bajo la luz de una gran farola.
Le pregunto qué le ocurre, pero no quiere contestar. Le insisto, le hago reír, llorar, gritar, gruñir, pero no es suficiente.
Entonces, decido mantenerme callada, esperando a que él hable, quizás necesita unos oídos que únicamente le escuchen.
Por un momento duda hacerlo, pero al rato, no puede sostener el ambiente enrarecido.
Llora una lágrima tras otra saladas, que dejan un rastro blanco. Aparta las manos de sus grandes ojos blancos y dice:
- No estoy agusto aquí. Me siento extraño, distante, incomprendido. Quiero aprender a soñar.
Le cojo entre mis brazos, le acurruco en mi pecho y le beso en la frente. Ya sé a quién elegir. Así que apartando a los terrestres, decido mudarme al otro lado, al de los inclasificables.
En la mitad derecha esparcidos, se encuentran los ajenos a este lugar inhóspito donde pasamos las horas de nuestra vida...interminable.
Miro a ambos lados. Cada elemento dirige sus ojos hacia un lado, no concreto aunque quizás lo suficientemente atrayente como para no apartar la vista de él.
Los de mi lado izquierdo se pelean, gruñen, otros ríen y los más lejanos lloran.
Los de mi lado derecho hacen prácticamente lo mismo, salvo que no se gritan entre ellos.
A los terrestres les da por acariciarse los unos a los otros, de forma tierna.
A los externos, les gusta besarse con el orificio que se encuentra en su cara.
Mientras que los unos sonríen, otros lloran. Mientras unos fuman, otros absorven los sueños ajenos.
Mientras unos hacen el amor, otros dudan de sus ideas despistadas.
Mientras unos se espían entre sombras, otros se desnudan al alba para exhibir sus cuerpos.
Miro, miro y miro, pero no encuentro desbordantes diferencias y tampoco sé a qué lado elegir.
En ese momento, en el lado derecho me doy cuenta de que existe un elemento separado, extraño a los demás, hecho un ovillo, bajo la luz de una gran farola.
Le pregunto qué le ocurre, pero no quiere contestar. Le insisto, le hago reír, llorar, gritar, gruñir, pero no es suficiente.
Entonces, decido mantenerme callada, esperando a que él hable, quizás necesita unos oídos que únicamente le escuchen.
Por un momento duda hacerlo, pero al rato, no puede sostener el ambiente enrarecido.
Llora una lágrima tras otra saladas, que dejan un rastro blanco. Aparta las manos de sus grandes ojos blancos y dice:
- No estoy agusto aquí. Me siento extraño, distante, incomprendido. Quiero aprender a soñar.
Le cojo entre mis brazos, le acurruco en mi pecho y le beso en la frente. Ya sé a quién elegir. Así que apartando a los terrestres, decido mudarme al otro lado, al de los inclasificables.
0 Comentarios:
Publicar un comentario en la entrada
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home