De un sin fin de quejidos sordos
provenientes de unos cristales rotos
por culpa de tu ausencia,
llegaban tiritando las melodías de unas cuerdas
de un violín desafinado.
Sin prisas esperaban tus oídos aletargados
por el silencio conmovedor del llanto,
de tu corazón indomable y de tus pesadillas más remotas.
Cabalgando a marchas forzadas
volvían los jinetes sin caballo ni armaduras de hojalata,
tan solo con la voz quebrada del miedo solitario
y del cansancio de sus ojos somnolientos de tristeza.
De allí de donde nacen las flores sin tallo
y los perfúmenes de nombres embriagadores.
De allí donde acaban las palabras de un viejo escritor
de pluma de pájaro.
De allí llegaban sus sordas pisadas repletas de secretos,
de donde la línea de los montes define el horizonte
pintado de azul marino,
de donde el olvido no recuerda su nombre,
de donde las cenizas recuperan su cuerpo perdido
y regresan para verte.
provenientes de unos cristales rotos
por culpa de tu ausencia,
llegaban tiritando las melodías de unas cuerdas
de un violín desafinado.
Sin prisas esperaban tus oídos aletargados
por el silencio conmovedor del llanto,
de tu corazón indomable y de tus pesadillas más remotas.
Cabalgando a marchas forzadas
volvían los jinetes sin caballo ni armaduras de hojalata,
tan solo con la voz quebrada del miedo solitario
y del cansancio de sus ojos somnolientos de tristeza.
De allí de donde nacen las flores sin tallo
y los perfúmenes de nombres embriagadores.
De allí donde acaban las palabras de un viejo escritor
de pluma de pájaro.
De allí llegaban sus sordas pisadas repletas de secretos,
de donde la línea de los montes define el horizonte
pintado de azul marino,
de donde el olvido no recuerda su nombre,
de donde las cenizas recuperan su cuerpo perdido
y regresan para verte.
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