Estaba frente al espejo del baño, con las manos apoyadas a ambos lados del lavabo. Bajó la cabeza hasta situarla entre sus hombros, suspiró y cogió la crema de la cara. Se la extendió cuidadosamente, esparciendo los restos por los nudillos de sus manos; luego cogió el pote y deslizó el líquido beige por su moflete derecho, por el izquierdo, por la barbilla y la frente y por los párpados con mucha suavidad. Perfiló la zona de la nariz mirando una y otra vez para que no quedara ningún resto visible.
A continuación cogió la sombra de ojos rosa clara y con la almohadilla que vestía a la pequeña espátula, extendió los polvos alrededor de la tersa y húmeda piel, mezclándolos con parte del maquillaje. Entreabrió sus tupidas pestañas y con las pupilas clavadas en el cristal se dio cuenta de que todavía le faltaban algunos detalles. Tomó la línea de ojos plateada y estirando del lado contrario del lagrimal hizo que su ojo adoptara la forma que tienen los de los orientales. Desde dentro hacia fuera dibujó un trazo recto y fino que dejaba una estela brillante.
Depués cogió el rímel y plegando las pestañas, peinó las situadas en la parte superior intentando que la tinta negra no empañara el resto de pinturas.
Cuando terminó, rebuscó entre el neceser y encontró con un pintalabios rojo oscuro. Giró el tubo que contenía la barra colorida y lo deslizó por sus carnosos labios. No se dio mucho porque sabía que lo mejor era frotarlos suavemente hasta que ambos quedasen cubiertos.
Cuando finalizó con cada una de estas pequeñas tareas, cogió la colonia de Pedro Morango para mujer y diseminó por su cuello unas cuantas gotas.
Yo le miraba entre perpleja y aturdida. Cuando giró la cabeza, su cara sonriente no despegaba sus ojos de los míos. Con una voz entusiasta y cálida me dijo:
- Vamos cariño, nos están esperando.
A continuación cogió la sombra de ojos rosa clara y con la almohadilla que vestía a la pequeña espátula, extendió los polvos alrededor de la tersa y húmeda piel, mezclándolos con parte del maquillaje. Entreabrió sus tupidas pestañas y con las pupilas clavadas en el cristal se dio cuenta de que todavía le faltaban algunos detalles. Tomó la línea de ojos plateada y estirando del lado contrario del lagrimal hizo que su ojo adoptara la forma que tienen los de los orientales. Desde dentro hacia fuera dibujó un trazo recto y fino que dejaba una estela brillante.
Depués cogió el rímel y plegando las pestañas, peinó las situadas en la parte superior intentando que la tinta negra no empañara el resto de pinturas.
Cuando terminó, rebuscó entre el neceser y encontró con un pintalabios rojo oscuro. Giró el tubo que contenía la barra colorida y lo deslizó por sus carnosos labios. No se dio mucho porque sabía que lo mejor era frotarlos suavemente hasta que ambos quedasen cubiertos.
Cuando finalizó con cada una de estas pequeñas tareas, cogió la colonia de Pedro Morango para mujer y diseminó por su cuello unas cuantas gotas.
Yo le miraba entre perpleja y aturdida. Cuando giró la cabeza, su cara sonriente no despegaba sus ojos de los míos. Con una voz entusiasta y cálida me dijo:
- Vamos cariño, nos están esperando.
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