Julianne tenía un lunar al acabar la hilera de pestañas superiores de su ojo derecho. Un lunar que hacía que cada mañana se detuviera a mirarlo y a observarlo como si toda ella fuera esa mancha marrón oscura de dos milímetros de diámetro.
Javier se dio cuenta de que Julianne tenía un lunar un día de lluvia mientras los dos esperaban a diferentes personas, resguardados en un portal de la calle Gran vía de Madrid.
A él le encantó que ella tuviera ese dibujo sombreado en el ojo derecho y a ella le gustó aún más que él se fijara en la parte más erótica de su cuerpo.
Un martes, por casualidad, se volvieron a ver. Javier se puso nervioso, había soñado con Julianne y su ojo derecho noche sí noche también, y no deseaba más que detenerse a inspeccionarlo de forma exhaustiva mientras lo rozaba con el dedo índice.
A ella se le aceleró el corazón a marchas forzadas como si siguiera el ritmo de una música africana compuesta de tambores.
Cada uno se acercó un paso.
Luego dos.
La distancia cada vez más pequeña y grande al mismo tiempo. Sólo faltaban escasos metros y los nervios recorrían el cuerpo de Javier. A Julianne le comenzó a entrar el tic de morderse el labio inferior.
Ya casi se palpaban, notaban amabas respiraciones. Javier dio el último paso, apoyó las manos en los brazos de Julianne y le dio un tierno beso en el lunar.
Ella cerró los ojos.
Era la primera vez que exhibía la zona más íntima de su cuerpo.
Javier se dio cuenta de que Julianne tenía un lunar un día de lluvia mientras los dos esperaban a diferentes personas, resguardados en un portal de la calle Gran vía de Madrid.
A él le encantó que ella tuviera ese dibujo sombreado en el ojo derecho y a ella le gustó aún más que él se fijara en la parte más erótica de su cuerpo.
Un martes, por casualidad, se volvieron a ver. Javier se puso nervioso, había soñado con Julianne y su ojo derecho noche sí noche también, y no deseaba más que detenerse a inspeccionarlo de forma exhaustiva mientras lo rozaba con el dedo índice.
A ella se le aceleró el corazón a marchas forzadas como si siguiera el ritmo de una música africana compuesta de tambores.
Cada uno se acercó un paso.
Luego dos.
La distancia cada vez más pequeña y grande al mismo tiempo. Sólo faltaban escasos metros y los nervios recorrían el cuerpo de Javier. A Julianne le comenzó a entrar el tic de morderse el labio inferior.
Ya casi se palpaban, notaban amabas respiraciones. Javier dio el último paso, apoyó las manos en los brazos de Julianne y le dio un tierno beso en el lunar.
Ella cerró los ojos.
Era la primera vez que exhibía la zona más íntima de su cuerpo.
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