Llego a casa agotada, sin fuerzas, con unas ojeras que poco a poco las voy pisando con la suela negra de bolas de mis zapatos rojos, con la espalda hecha polvo porque necesito que me saquen las mentiras, refunfuñando porque me tengo que quitar el abrigo a causa del repentino calor que azota sin piedad en medio del otoño (inexplicable), con el pelo medio alborotado y unos rizos un tanto rebeldes, peleándome porque no encuentro las llaves en un pozo sin fondo y lleno de cosas sin ningún interés... Cuando se abre la enorme y pesada puerta de madera de mi edificio. Una señora mayor a la que llamaremos Rogelia (me produce una inevitable sonrisa ese nombre y más el pueblo del que prodece la dichosa marioneta: Orejilla del Sordete) aparece, con su bastón, su pelo grisáceo y su dentadura postiza y me da los buenos medios días, a los que yo respondo con cordialidad para, posteriormente, detenerme en un monólogo de poca duración que Rogelia quiere contar a alguien que de repente se ha topado en su camino.
- ¿Qué tal bonita?
- Bien, ¿Y usted?
- Tirando. Ahora voy a dar un paseo y voy a recoger a una mujer que está en el hogar de los jubilados para ver si quiere que le de un poco el aire.
- Ah, ¡qué bien!, la verdad es que hace un buen día (la mochila cada vez me pesa más; me froto los ojos para intentar mantenerlos abiertos mientras Rogelia me sigue hablando)
- Es que ¿sabes?, la mujer es ciega.
- Ah, ¡qué pobre! (tono melancólico)
- Bueno, sí, aunque hay males mayores ¿no?.
- Bueno, los habrá.
- Si que los hay hija, lo que pasa es que tú de esto no entiendes.
Me quedo turbada y no hago más que esbozar una leve sonrisa que enseña mis dientes separados; la mujer se ha dado cuenta y me ha mirado de refilón pero no ha dicho nada, quizás no sabía o no tenía nada que decir. He comenzado a pensar si realmente era necesario o no, saber de eso, cuando realmente es jodido de cojones quedarte ciego de uno o dos ojos, a lo que se le suma que eres mayor, medio artrítico y un poco cabezón a veces y que para colmo te tiene que pasear otra mujer mayor, igual o más artrítica que tú, además de cabezona, aburrida en algunas ocasiones y divertida (dejémoslo en natural) también a veces; así que he subido corriendo las escaleras de madera, he llegado a casa y se lo he contado a mi tía entre risas, cansancio y voz medio apagada. A mi tía no le ha hecho ninguna gracia por lo que he deducido que obviamente no tenemos el mismo sentido del humor.
- ¿Qué tal bonita?
- Bien, ¿Y usted?
- Tirando. Ahora voy a dar un paseo y voy a recoger a una mujer que está en el hogar de los jubilados para ver si quiere que le de un poco el aire.
- Ah, ¡qué bien!, la verdad es que hace un buen día (la mochila cada vez me pesa más; me froto los ojos para intentar mantenerlos abiertos mientras Rogelia me sigue hablando)
- Es que ¿sabes?, la mujer es ciega.
- Ah, ¡qué pobre! (tono melancólico)
- Bueno, sí, aunque hay males mayores ¿no?.
- Bueno, los habrá.
- Si que los hay hija, lo que pasa es que tú de esto no entiendes.
Me quedo turbada y no hago más que esbozar una leve sonrisa que enseña mis dientes separados; la mujer se ha dado cuenta y me ha mirado de refilón pero no ha dicho nada, quizás no sabía o no tenía nada que decir. He comenzado a pensar si realmente era necesario o no, saber de eso, cuando realmente es jodido de cojones quedarte ciego de uno o dos ojos, a lo que se le suma que eres mayor, medio artrítico y un poco cabezón a veces y que para colmo te tiene que pasear otra mujer mayor, igual o más artrítica que tú, además de cabezona, aburrida en algunas ocasiones y divertida (dejémoslo en natural) también a veces; así que he subido corriendo las escaleras de madera, he llegado a casa y se lo he contado a mi tía entre risas, cansancio y voz medio apagada. A mi tía no le ha hecho ninguna gracia por lo que he deducido que obviamente no tenemos el mismo sentido del humor.
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