Mariela traía amarrado el frío a su ropa, a su piel, a su aliento. Tiritaban sus huesos por la desesperación de la desnudez y se agolpaba la sangre casi congelada, impidiendo el frenético recorrido por sus venas.
Se soplaba las manos, las frotaba, las escondía...se acariciaba las orejas, maldiciendo su pelo corto, mientras sentía que una lágrima, comenzaba a descender sin paracaídas por su mejilla enrojecida.
Quiso correr, gritar, no parar de saltar para recuperar el calor que apenas existía ya en su delgado cuerpo, pero no atinaba a sacar las fuerzas suficientes. Decidió sentarse, calmarse, obviar la sensación del entumecimiento y esperar a que la primavera se asomase por la ventana.
Se soplaba las manos, las frotaba, las escondía...se acariciaba las orejas, maldiciendo su pelo corto, mientras sentía que una lágrima, comenzaba a descender sin paracaídas por su mejilla enrojecida.
Quiso correr, gritar, no parar de saltar para recuperar el calor que apenas existía ya en su delgado cuerpo, pero no atinaba a sacar las fuerzas suficientes. Decidió sentarse, calmarse, obviar la sensación del entumecimiento y esperar a que la primavera se asomase por la ventana.
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