domingo, marzo 20, 2005

Se quitó la camisa de cuadros grises claros y azules que tantas veces había lavado mi abuela. Esa que hace tiempo debería haber servido de trapo de cocina pero que él se empeñaba en que vistiera su flácida piel.
Ella sostenía una taza de té en la mano derecha, a la altura de su boca y con la izquierda el pequeño plato para evitar que cualquier despistada gota se suicidara. Le miraba con cara incrédula, mientras con lentitud observaba las arrugas y sequedades de un cuerpo anciano.
Entonces él le pidió que ella se quitara su camisa de seda violeta.
Ella dejó entrever sus dientes postizos blanquecinos.
Posó el plato en la mesa pequeña de cristal, luego la taza y comenzó a deslizar su mano y a dejar libres los botones, uno a uno. Abandonó la prenda en el posabrazos del sillón. Se quitó el sostén, enseñando unos pechos lánguidos que quedaban a la altura de sus últimas costillas.
Volvió a coger el plato con la mano izquierda y la taza con la derecha y continuó dando pequeños sorbos al líquido verdoso.
El le sonrió, se acercó a ella despacio, sus huesos aullaban desesperados... cuando pudo extender totalmente el brazo, le palpó el pezón izquierdo.
Si no queda satisfecho no le devolvemos su paciencia.Gracias