Hoy todos bostezaban. Nadie se ha librado del sopor que generan los hospitales. Mientras intentaba leer, notaba cómo los párpados descendían con un ritmo lento para juntarse con las pestañas inferiores. Entonces he comenzado a ver que los enfermos se levantaban, poco a poco, con sus pijamas abiertos enseñando el culo; algunos sujetos a las barras metálicas que sotienen miles de tubos por donde corren sus vidas, otros con muletas, o doblados sin poder ver el cielo.
Uno a uno, marchaban por los pasillos, las escaleras, hasta repirar el viento que azotaba con fuerza.
Mientras, nosotros, ocupábamos sus huecos sin rechistar. Tomábamos sus pastillas, sus comidas insípidas e inoloras y dejábamos que nos limpiasen y nos aseasen medianamente para cercibir las visitas de aquellos que olvidaron que nos pusimos enfermos.
Quizás yo también me quedé hoy dormida en el hospital, nunca lo sabré, cuando desperté me encontraba arropada con aquellas sábanas duras que olían a almidón.
Uno a uno, marchaban por los pasillos, las escaleras, hasta repirar el viento que azotaba con fuerza.
Mientras, nosotros, ocupábamos sus huecos sin rechistar. Tomábamos sus pastillas, sus comidas insípidas e inoloras y dejábamos que nos limpiasen y nos aseasen medianamente para cercibir las visitas de aquellos que olvidaron que nos pusimos enfermos.
Quizás yo también me quedé hoy dormida en el hospital, nunca lo sabré, cuando desperté me encontraba arropada con aquellas sábanas duras que olían a almidón.
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