jueves, abril 21, 2005

Inventé un nombre para tí, pero cuando observé la extrañeza de tu rostro, me di cuenta de que quizás no era el adecuado.
Quise pintártelo en el brazo, con el bolígrafo rojo, ese que introduce su tinta descabelladamente por tu piel sin dejar que el agua pueda siquiera borrarlo; pero te cabreaste.
Entonces dejé que tu inventaras tus propias letras, que las pronunciaras y que me las regalaras en un avión con destino al país de las maravillas, el de Alicia.
En ese momento se dibujó delante de nosotras el camino de vuelta a casa, con las migas de pan de pulgarcito indicando cada paso que debíamos dar para no perdernos.
Me cogiste de la mano y guiñándome el ojo derecho, abrimos la puerta del medio, que siempre estuvo cerrada.
Aunque la oscuridad rodeaba sus paredes, esta vez no tuve miedo.
Si no queda satisfecho no le devolvemos su paciencia.Gracias