jueves, abril 14, 2005

Era inventista.
Cada mañana teñía sus ojos de un color distinto y con una mini capa negra y una rama de armol seca, se dedicaba a apuntar a diestro y siniestro y convertilo en algo distinto de lo que era.
Le aburría la realidad que envolvía el viento de todas las mañanas, así que no dudo en rozar cada espalda de cada arbol para que dejase de tener la copa de color verde.
Un día se olvidó de meter sus ojos a remojo y por lo tanto, de derramar una tonalidad diferente sobre sus pupilas, lo que hizo que todo se tornase agrio.
Giraba desesperada la cabeza para intentar salir de una pesadilla demasiado amarga pero cualquier movimiento era inútil.
La rodeaban trajes grises, factorías que escupían humo, niños llorando, estatuas olvidadas, sonidos atronadores...
La inventista se acurrucó en una esquina. No sabía cómo controlar la situación. Intentó concentrase en algún sueño que le transmitiese calma. No sirvió de nada.
Entonces, un niño al que le colgaban los mocos de tanto llorar le preguntó:
- ¿Por qué hoy no usas tu barita mágica?
-Porque hoy no tiene efecto, se me olvidó teñirme los ojos.

El niño, entonces, se quedó mirando sin pensar en nada; cogió la rama seca, señaló hacia la frente de la inventista y le coloreó los ojos de púrpura.
Si no queda satisfecho no le devolvemos su paciencia.Gracias