"El negro"
A "El negro" lo llamaban así porque el sol le tostó más que al resto. Algunos le llaman manco porque en la mano izquierda lleva siempre un guante gris marengo de lana, más oscuro si cabe que su piel y que esconde, supuestamente, unos dedos imaginarios.
El negro es pobre y su piel huele a vino Don Simón de tetrabrick. Tiene ajado el moflete derecho, quizás por un corte profundo en alguna guerra de este inmenso mundo.
Siempre se sienta en el mismo banco de piedra de la plaza de las palomas; esa donde hay una estatua de una niña de hierro que va con un libro debajo. Él da de comer a las aves esas que no paran de cagarse por las aceras y que le rondan y picotean los zapatos con agujeros, pero no se inmuta, continúa mirando al suelo como si fuera agua que le de vuelve su propio rostro.
"El negro" puede que en verdad se llame "solitario", porque nunca habla con nadie, sino con sí mismo. Y se entretiene inventándose la vida de los que le rodean, poniendo en pie a los animales que persiguen a las palomas y haciéndoles bailar como si estuviesen poseidos por la música de vaco.
Yo lo miro cuando cada mañana, a las ocho y cuarto, paso por la plaza y le encuentro acurrucado en la esquina de la tienda de periódicos, fumando un cigarro apagado y consumiendo la última gota de un vino caliente y rancio.
Y me pregunto cómo sería "el negro", "el solitario" o "el manco" hace tiempo, cuando alguien le calentaba la cama, le sonreía por las mañanas y le recordaba cómo volver a su casa.
A "El negro" lo llamaban así porque el sol le tostó más que al resto. Algunos le llaman manco porque en la mano izquierda lleva siempre un guante gris marengo de lana, más oscuro si cabe que su piel y que esconde, supuestamente, unos dedos imaginarios.
El negro es pobre y su piel huele a vino Don Simón de tetrabrick. Tiene ajado el moflete derecho, quizás por un corte profundo en alguna guerra de este inmenso mundo.
Siempre se sienta en el mismo banco de piedra de la plaza de las palomas; esa donde hay una estatua de una niña de hierro que va con un libro debajo. Él da de comer a las aves esas que no paran de cagarse por las aceras y que le rondan y picotean los zapatos con agujeros, pero no se inmuta, continúa mirando al suelo como si fuera agua que le de vuelve su propio rostro.
"El negro" puede que en verdad se llame "solitario", porque nunca habla con nadie, sino con sí mismo. Y se entretiene inventándose la vida de los que le rodean, poniendo en pie a los animales que persiguen a las palomas y haciéndoles bailar como si estuviesen poseidos por la música de vaco.
Yo lo miro cuando cada mañana, a las ocho y cuarto, paso por la plaza y le encuentro acurrucado en la esquina de la tienda de periódicos, fumando un cigarro apagado y consumiendo la última gota de un vino caliente y rancio.
Y me pregunto cómo sería "el negro", "el solitario" o "el manco" hace tiempo, cuando alguien le calentaba la cama, le sonreía por las mañanas y le recordaba cómo volver a su casa.
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