El tiempo pasa y no se detiene ni para saludar, ni para despedirse y yo mientras, aguardando su llegada, acurrucada en una esquina de esta pequeña alfombra, echo de menos las reminiscencias de un sentimiento fátuo de aquella tarde de invierno.
Añoro tu mano helada acariciando aquella escultura de Venus en el Louvre y tu mirada gélida penetrando en su voluptuoso cuerpo.
Ella no te observaba, sólo descansaba en la noche, cuando las sombras que se hacían paso por la ventan la rodeaban para seducirla una noche más.
Tú, impasible, no retirabas los ojos de aquel espectáculo digno de Vaco, que mientras te parecía querer tentar a mezclar tus sentimientos con los suyos, reía de forma despiadada y disfrutaba del cuerpo, sin corazón, de Venus.
Yo, incauta, permití que tus manos me rozasen, se enredasen por todo mi cuerpo sin poder salir de él o desatar el nudo que habían hecho tus dedos.
Por ello, yo también soy ahora otra estatua de mármol del Louvre, que cada noche espera a las sombras que se cuelan silenciosas por la ventana.
Añoro tu mano helada acariciando aquella escultura de Venus en el Louvre y tu mirada gélida penetrando en su voluptuoso cuerpo.
Ella no te observaba, sólo descansaba en la noche, cuando las sombras que se hacían paso por la ventan la rodeaban para seducirla una noche más.
Tú, impasible, no retirabas los ojos de aquel espectáculo digno de Vaco, que mientras te parecía querer tentar a mezclar tus sentimientos con los suyos, reía de forma despiadada y disfrutaba del cuerpo, sin corazón, de Venus.
Yo, incauta, permití que tus manos me rozasen, se enredasen por todo mi cuerpo sin poder salir de él o desatar el nudo que habían hecho tus dedos.
Por ello, yo también soy ahora otra estatua de mármol del Louvre, que cada noche espera a las sombras que se cuelan silenciosas por la ventana.
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