A la espera
Frente al número 27 de la calle San Juan el Bárbaro, Martina, Saturnino y Fabián esperaban tranquilos. Martina le dijo a su padre que se subiera la bragueta del pantalón. Saturnino no le hizo caso y bostezó. Fabián no dejaba de meterse el dedo en la nariz mientras guiñaba simultáneamente los ojos. Un reloj marcó las once y cuarto de la mañana.
- ¿Cuánto tiempo seguiremos esperando? - preguntó Saturnino-.
- Un cuarto de hora más, ¿acaso te importa?- respondió Martina-.
- Hombre, sí, tengo ganas de mear y a las doce he quedado para jugar al mús con Teodoro.
- Pues el pis te lo aguantas y al mús no creo que vayas a volver a jugar.
- Mamá -dijo en voz baja Fabián-.
- ¿Qué ocurre?-.
- No creo que nadie vaya a bajar-.
- De verdad, qué pesados estáis los dos.
- Pero es que...
- ¡Pero es que nada! Aquí quietos y sin rechistar. Me tenéis harta.
15 minutos más tarde, la puerta se entreabrió. El mayordomo apareció empujando aquel mostrenco de madera vieja, con su traje impoluto y los guantes blancos.
- El señor todavía no está listo.
- ¿Todavía no está listo? Pero, ¡esto es un cachondeo! ¿usted se cree que podemos decidir cuándo morir?- gritó Martina-.
- Lo siento señora, pero tendrán que venir mañana- respondió amablemente el mayordomo.
- De eso nada. Nosotros entramos hoy al cielo. Basta ya de esperar. Papá, súbete la bragueta, Fabián sácate el dedo de la nariz ¡Vámos!
Los tres se lanzaron hacia el mayordomo quien, cubierto de fragilidad, no pudo más que dar un paso atrás y dejar vía libre entre gritos de ¡alto, les he dicho que no pueden entrar! El impulso fue tal que por poco desencajan la puerta de madera. Aterrizaron en el suelo, Martina primero, luego su padre y luego Fabián encima de su abuelo.
Cuando levantaron la vista, Dios se estaba subiendo los calzoncillos de topos negros con torpeza.
Se quedó mirándolos mientras yacían perplejos en el suelo y preguntó.
- ¿Qué desean?- preguntó Dios-.
- Entrar al cielo- dijo Martina-.
- ¿Saben jugar al mús?
- Yo sí- dijo rápidamente el abuelo-.
- Entonces, sean bienvenidos - añadió Dios mientras se colocaba bien la goma del calzoncillo-.
- Pero es que...
- ¡Pero es que nada! Aquí quietos y sin rechistar. Me tenéis harta.
15 minutos más tarde, la puerta se entreabrió. El mayordomo apareció empujando aquel mostrenco de madera vieja, con su traje impoluto y los guantes blancos.
- El señor todavía no está listo.
- ¿Todavía no está listo? Pero, ¡esto es un cachondeo! ¿usted se cree que podemos decidir cuándo morir?- gritó Martina-.
- Lo siento señora, pero tendrán que venir mañana- respondió amablemente el mayordomo.
- De eso nada. Nosotros entramos hoy al cielo. Basta ya de esperar. Papá, súbete la bragueta, Fabián sácate el dedo de la nariz ¡Vámos!
Los tres se lanzaron hacia el mayordomo quien, cubierto de fragilidad, no pudo más que dar un paso atrás y dejar vía libre entre gritos de ¡alto, les he dicho que no pueden entrar! El impulso fue tal que por poco desencajan la puerta de madera. Aterrizaron en el suelo, Martina primero, luego su padre y luego Fabián encima de su abuelo.
Cuando levantaron la vista, Dios se estaba subiendo los calzoncillos de topos negros con torpeza.
Se quedó mirándolos mientras yacían perplejos en el suelo y preguntó.
- ¿Qué desean?- preguntó Dios-.
- Entrar al cielo- dijo Martina-.
- ¿Saben jugar al mús?
- Yo sí- dijo rápidamente el abuelo-.
- Entonces, sean bienvenidos - añadió Dios mientras se colocaba bien la goma del calzoncillo-.
2 Comentarios:
olé, y encima con gracia. En tus palabras leo a Beckett, a San Juan de la Cruz y a los anuncios de Coca-Cola.
By Joana Abrines, at 4:54 p. m.
...y a los anuncios de Calvin Klein, Joana!!
By Anónimo, at 1:36 p. m.
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2 Comments:
olé, y encima con gracia. En tus palabras leo a Beckett, a San Juan de la Cruz y a los anuncios de Coca-Cola.
...y a los anuncios de Calvin Klein, Joana!!
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