De la guerra

Dio la vuelta al mundo en menos de 80 días. Cuando aparcó en la plaza San Ildefonso su globo aerostático y reunió a todas las palomas alrededor de su cesta, les ordenó ponerse en fila por tamaño y color. Se aclaró la garganta con líquido de serpiente despelada, se crujió el cuello, se chupó el dedo índice de la mano izquierda para tantear por dónde le daba el aire. A continuación les advirtió:

- Quiero que sepáis que después de esta larga travesía, vosotros sois, ahora, el nuevo ejército del aire. Deberéis bombardear a los enemigos, destruir pueblos, familias, carreteras y hasta los más grandes rascacielos. Deberéis hacer llorar a los niños, a sus madres y acabar con toda esa parafernalia pacifista. Será vuestra obligación como palomas de pico fino, como responsables de vuestra propia libertad, acabar con todos los enemigos. Y por supuesto, tendréis que izar la bandera allá donde el polvo sea lo único que se respire y el sol nunca encuentre hueco para descansar. Cuando hayáis acabado, cuando sintáis que os habéis convertido en los nuevos héroes, podréis regresar.

- Y qué ocurrirá,- preguntó una paloma despistada con el casco ladeado-, si alguna de nosotras no regresa.

- Que habrá sido un héroe de guerra y su nombre aparecerá escrito en una placa de mármol. Cada año le llevarán flores a la tumba, los informativos recordarán lo orgulloso que está el pueblo por su cometido y nosotros, su nueva familia, guardaremos su nombre en nuestro recuerdo.

- Creo, entonces, que los héroes no deberíamos ir a la guerra.