La conoció en un café. Ella chupaba la cuchara cada vez que removía el azucar de la taza. Él se enamoró del silencio que cuajó entre ellos. Un día, cruzando por la Plaza de San Ildefonso vio que su cara estaba dibujada en la pared de un edificio medio derrumbado. Él no quiso olvidarla nunca. Era su forma de decirle: te quiero.
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