Una tarde
Dicen que llovía aquella tarde. Que los cristáles se tiñeron con canciones de domingo. Dicen que la vieron llegar con las ropas de otra década, no supieron cuál. Entró sin llamar. La esperaban sentados en el sillón granate con el tapiz desgastado. La espararon tomando té con leche y dos cucharadas de azucar. Preguntó por Ramón. Estaba en el baño. Preguntó por Pilar. Levantó la cabeza. Dejó la taza. Se incorporó delicadamente. Se atusó el cabello y se colocó la falda. Respiró fuerte, apretó los labios y se acercó a la Dama. Ramón salió entonces, con la bragueta bajada, metiéndose la camisa y tosiendo roncamente. Luego será su turno. Pilar agarró la mano de su marido, le lloró encima y él guardó las lágrimas. Dicen que la Dama ocultó a Pilar bajo su capa y desaparecieron. Ramón todavía espera. Los otros, también, cada domingo, con una taza de té con leche y dos cucharadas de azucar. No hablan, solo sueñan con la Dama y su capa de otra época.
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Y cuando la Dama de negro haya terminado su trabajo y nadie quede ya por recoger, porque nadie quede ya sobre la Tierra, dejará sus gafas de ver de cerca sobre la mesita de noche, y se acostará en su chirriante cama de muelles, y buscando una posición cómoda, cerrará los ojos para siempre.
By omrot, at 7:34 p. m.
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Y cuando la Dama de negro haya terminado su trabajo y nadie quede ya por recoger, porque nadie quede ya sobre la Tierra, dejará sus gafas de ver de cerca sobre la mesita de noche, y se acostará en su chirriante cama de muelles, y buscando una posición cómoda, cerrará los ojos para siempre.
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