jueves, junio 22, 2006
domingo, junio 18, 2006
Una vez cruzó la pasarela, Antoine engulló las miradas de quienes, sin poder hablar, quedaron congelados por el maravilloso traje del artista. La realidad de sus texturas, cubiertas por la esencia de la divinidad, le otorgaron el premio al mejor impostor. "La verdad", como se llamaba la obra, fue descatalogada por grosería e imprudencia y únicamente los zapatos, meros accesorios para alcanzar el metro ochenta fueron subastados en Christie's por 15.000 $.
jueves, junio 15, 2006
Así mi mente
Otra vez tres llaves en mi llavero.
Otra vez un principio en la cuerda floja.
Otra vez sueño y cansancio y nervios encontrados.
Otra vez ganas de cuerpos ajenos.
Otra vez tu y yo y parte de nosotros.
Otra vez un principio en la cuerda floja.
Otra vez sueño y cansancio y nervios encontrados.
Otra vez ganas de cuerpos ajenos.
Otra vez tu y yo y parte de nosotros.
lunes, junio 12, 2006
martes, junio 06, 2006
Por aquel tiempo...
Maria Eugenia dejó que su marido se fuera a la guerra. A una de esas guerras de las que nunca se regresa y de las que si se te ocurre volver, debes saber que ya nada será lo mismo. Maria Eugenia, de belleza hombruna y de pelo espeso lloró mares cuando Segismundo se marchó agitando un pañuelo blanco. Era libertario de las libertades y entre su macuto guardó doblada la fotografía de su esposa para no olvidarla. Maria Eugenia apenada por el vacío que corría por sus piernas decidió intentar desprenderse de su amor por Segismundo.
Al poco tiempo, cuando ya las pasiones se habían diluido entre el verano de agosto y Maria Eugenia había rehecho su vida con Alberto Milcienflores, Segismundo se apareció una tarde con su macuto en la espalda.
Maria Eugenia que se tostaba los pies al sol mientras recontaba los puntos del ganchillo que le faltaban, se quedó sin habla al ver el rostro de Segismundo. Su cara desgastada por la pólvora y el dolor de las guerras recorridas se avecinaron de repente y Maria Eugenia que, aunque de belleza hombruna siempre fue tierna como una flor, no pudo más que caer entre sus brazos.
Alberto Milcienflores que miraba desde la puerta el abrazo entre los amantes, rifle en mano disparó contra Segismundo. El libertario, que muchas balas le silbaron cerca de las orejas pero que esquivó tan solo por ver a Maria Eugenia, calló de rodillas a los pies de su esposa, mientras del puño, arrugada y ya desgastada por el llanto, dejaba escapar la foto de su recuerdo.