El vecino
El vecino se quitaba y se ponía un bigote postizo con las puntas acabadas en rizo como quien se quita y se pone la dentadura. Cada vez que lo hacía, parecía que se preparaba para el carnaval. Todas las mañanas el mismo ritual. De pie, en calzoncillos, frente al espejo, se situaba ese trozo de pelo justo debajo de la nariz hasta que el olor rancio que desprendía aquel elemento artificial, ascendía hasta su cerebro. Parecía que solo necesitaba "eso" para sentirse vestido.Un día, mientras paseaba, se le cayó al suelo y un perro que vagaba por ahí decidió apoderarse de él. Desde entonces no he visto a "el vecino", ni tampoco al perro.
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