Oaxaca, el paraíso del siglo XXI
Parecía La Habana…Pero solo parecía. Las casas coloreadas y coloniales dejaban espacio para imaginar un malecón cercano. Pero estábamos en México, a siete horas del océano Pacífico, sin ser conscientes de que los próximos seis días serían nuestras primeras vacaciones.
Las ruinas de Monte Albán fue el primer destino. La inmensidad del paisaje no se podía retratar con la cámara, tampoco son suficientes los adjetivos para abarcar todo lo que vimos, solo una pintada rápida refleja la impresión que sentimos.
Más tarde llegamos a El Tule, un pueblo con un árbol cuyo contorno rodean 50 niños. El próximo día nos esperaba Hierve el Agua. Piscinas en medio de inmensos montes a tantos metros de altura que parecía increíble poder estar bañándose mientras veíamos como los pájaros viajaban por el valle.
Después de haber reposado nuestro cuerpo en una cama durante una noche, tocaba volver al autobús para alcanzar la costa. Allí, el amanecer, el Pacífico y Carlos Einstein: periodista, escritor, guionista, coreógrafo y un largo etc. que se reflejaba en sus ojos.
Muchos Hippies, porros, mosquitos… Mezclados con tortugas, cocodrilos y olas tan grandes que dejaron nuestros bañadores repletos de granos de arena. La inmensidad de las playas de
Del sol nos despedimos después de muchos chapuzones. Noche en autobús para acabar a más de tres mil metros de altura, lluvia y forros debajo de la ropa que apenas nos dejaban caminar. Habíamos llegado a Los Pueblos Mancomunados: caminata de cuatro horas con vaqueros, americana y mucho cansancio…
Cuando llegamos, Miguel ya había llegado. Fue una noche rara. Quizás porque los sueños todavía olían a mar.