La hora D...
La Rusa era la dueña de la calle. Meneaba el bolso como si manejara un revólver y la sexualidad de sus ojos olía a sudores desgastados. Hace poco le salió compentecia, llegó La Venezolana. Sus tetas eran redondas, de color tostado y con sabor a miel. Las aceras estaban divididas. A la derecha la calentura, a la izquierda el sexo angelical. Mientras se consumía el día, la primavera se quedaba embarazada con las miradas despistadas de los transeuntes.
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